lunes, 25 de octubre de 2010

Recuerda




                      Todos tomamos decisiones y tenemos que vivir con ellas.



                                                                                                                                                                                                                                                                   
                                                                                                                    
En esos fugaces y breves momentos en los que se deja simplemente ser y se acepta con todas sus yo, desaparece el debate a muerte que mantiene consigo misma y que la mantiene aprisionada en su propia mente, permitiéndole respirar y perdonarse.
Entonces, la piensa con tanta claridad, la siente con tanta verdad y la añora tanto, que sabe que todo está bien, que las dos caben en ella, y que ambas tienen su propio lugar.

 Recuerda el momento en que supo su nombre -Aurora-, y en cómo Aurora  llamó a esa puerta para obtener una respuesta para ella; que por otro lado pensaba que no habría, o que sería, corta y escueta: “si, soy yo”. 

¿Cómo iba a imaginar que la invitarían a entrar?, que una simple pregunta la cobijaría de aquella manera, ¿cómo pudo ocurrir?, si ella sólo quería saber si estaba, si estaba bien, si era el momento adecuado para llegar, y si también la recibiría cuando fuera ella.

Recuerda cómo sus dedos al recorrer las letras formaban palabras que salían desde lo más dentro de ella, y, cómo de esa manera pudo hacerse paso a través de toda esa coraza que la mantenía aprisionada, congelada, viviendo pero sin vida. Recuerda cómo al sentirse oída se pudo oír y cómo se  abandonó a lo que oía , y cómo de aquella manera apareció la que fue, la que era, la que quería ser y todo lo que celosamente guardaba su alma. 

Recuerda cómo desde Aurora  fue capaz de mirar por primera vez a ese doloroso pasado, perdido en su memoria y ocultado por su propia mente;  y cómo también desde Aurora, la pudo conocer más allá de lo leído y cómo supo entonces que ya desde antes la quería.

Recuerda cómo todo se iba volviendo más real y más irreal, más cercano y más lejano, más hermoso y más terrible. Cómo empezaba a encontrase encerrada y sin posibilidad de mostrarse. Ya no era ella y era ella, ya no era su verdad pero si lo era, la quería como parte suya y a la vez era alguien que no la dejaba ser; con la que incluso competía y que la hacía sentirse por primera vez como una mentira. Recuerda esa asfixia que no podía describir con palabras y esa pelea continua que la hacía perder la noción de quién era realmente ella.
 

Recuerda cómo todo aquello y la necesidad de mostrarle como era realmente, y no cómo él la había descrito, la llevó por fin a aparecer, y cómo al hacerlo fue capaz de dejarse ser. Recuerda cómo se entregó a la verdad cruda, por encima del tremendo dolor que a ambas le producía. Recuerda cómo se abandonó a lo que sentía,- sin pretender otra cosa más que aquello que sentía-, y cómo se entregó a la verdad de su corazón. 

Pero cuando recuerda todas esas cosas, entonces también recuerda cómo se equivocó, cómo cometió el mayor error de su vida al aparecer sola : como ella y no con ella - con Aurora-.  
Y entonces, y como siempre le ocurre cuando lo recuerda, despierta de ese breve y fugaz momento de calma y vuelve a su vida diaria.


(Imagen de: Giorgos Ivory Nikolaidis)

6 comentarios:

  1. Me temo, Carmela, que eso que somos se compone de múltiples personas, de múltiples máscaras que adoptamos en diferentes momentos y lugares sin que su conjunto sea capaz de componer una figura coherente. Sin embargo, algo nos obliga a forzar esa coherencia, a podarnos de las ramas que arrojarían, ante los demás y ante nosotros mismos, una imagen demasiado compleja, demasiado abigarrada, demasiado complicada para que otros nos entiendan. Y nunca dejamos de perder con esa poda, con esa mutilación, que al tiempo necesitamos para ser capaces de definir quiénes somos, también porque la vida nos impone decidir uno sólo de los caminos en cada bifurcación.

    Quizá por eso mismo nos gusta jugar a la impostura, a los disfraces, a ser otros de los que habitualmente somos. Pero somos conscientes de la provisionalidad de la impostura, del juego, de la diferencia entre la ficción y la realidad. No queremos perder pie en ella, tampoco en la parte de ella que supone eso que llamamos nuestro “yo”.

    En efecto, tenemos que vivir con nuestras decisiones. Qué remedio nos queda. Por eso nos duelen tanto los errores, todas las posibilidades que se evaporaron en cada una de esas bifurcaciones. Por eso, es necesario estar preparado para el error y la pérdida aun cuando las decisiones sean meditadas y, en el momento de tomarlas, las creamos acertadas.

    Un beso!

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  3. A veces, lo que en un momento dado nos hace adoptar una máscara es simplemente una adaptación momentánea ante un entorno nuevo, una manera de protección innata a lo que somos, ante lo desconocido, que normalmente tras una visión rápida del entorno nos hace quitarnos esa máscara y ser nosotras, otras nos indica una falta de autoestima, un temor a no ser aceptado si nos mostramos realmente como somos, y en este caso me temo que termina siendo un lastre difícil de eliminar.
    Pero tienes razón, Antígona, tenemos que ser conscientes de la diferencia entre la ficción y la realidad, y no deberíamos ponernos nunca una careta. De todos modos en ocasiones, esa careta que provisionalmente nos colocamos sobre nosotras, (y partiendo de que no deberíamos habérnosla colocado), termina permitiendo mostrar a una que ni siquiera sabíamos que teníamos en nuestro interior, nos deja escuchar una parte dormida o escondida de nosotras y que a veces es casi más fuerte o mas real que la que mostramos diariamente, y entonces se produce un debate tan fuerte en nosotras que en ocasiones nos termina desbordando y produciendo una batalla terrible entre la que creíamos que éramos y la que se muestra, entre lo que era nuestro norte y lo nuevo que vislumbramos, y entonces, si no tenemos la suficiente fuerza para aceptar esa otra parte nuestra y darle la cabida que tiene en nosotras mismas, termina produciéndose una lucha agónica.
    La solución verdadera (que la protagonista de esta historia, que soy consciente difícil de entender no sólo por lo que cuenta, y porque es solo un fragmento y porque nunca hasta ahora he escrito nada) no es la que ella adoptó, al no ser capaz de afrontar la mentira con la que se mostró y, aunque esa máscara inicial que adoptó hubiera terminado también siendo ella, no haber sido capaz de desnudarse y afrontar que apareció engañando para terminar siendo más la otra que ella misma. Mantener a esas dos personas que se debatían en su interior, cómo dos diferentes y, cuándo lo hizo, cuándo fue capaz de hacerlo, fue ya tarde y produjo tal dolor en quien las había aceptado como dos, que inevitablemente llevo al desastre y a la pérdida de aquella amistad.
    Y sí que es verdad que no tenemos más remedio que vivir con nuestras decisiones y con los errores que cometemos muchas veces, pero también pienso que de todos ellos podemos aprender. Aunque a veces duelan eternamente.
    Un beso sin máscara, Antígona, desde la que soy de verdad.

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  4. También hay otro modo de verlo: que lo que somos no es sino la elección de una máscara -eso es, de hecho, lo que significa la palabra persona- escogida precisamente entre otras porque es aquella con la que más cómodos nos sentimos, la que mejor se ajusta a nuestras emociones, a nuestras ideas, a nuestro modo de ver el mundo. Y cuando, temporalmente, por los motivos que sean, nos construimos otra, acabamos no sintiéndonos a gusto en nuestra propia piel, y de ahí la lucha a la que aludes.

    Pero estoy de acuerdo: a veces la adopción de esa otra máscara puede llevarnos a sacar a la luz facetas de nosotros mismos que, de otro modo, nunca hubieran aflorado.

    Se me olvidó decirte ayer que por supuesto que puedes utilizar la frase de Derrida sobre la verdad para tu blog. Que es de Derrida, y no mía, mujer, y no creo que a él le importara sino más bien todo lo contrario :)

    Más besos!

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  5. Lo que con grandes dosis de realidad nos relatas puede parecer contradictorio pero así son los sentimientos... y la vida misma. Solo te enteras del daño cuando ya te has caído. Creo que no queda más remedio que acatar las decisiones que se han tomado, y ser consciente que eres el único animal que puede volver a tropezar con la misma piedra. Besos.

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  6. Tienes razón Leovi, lo único que se puede hacer es asumir las consecuencias y tirar hacía delante. A veces la vida se nos complica y parece que no tiene salida, pero siempre se puede asumir las partes de culpa e intentar enmendar los males. Muchas veces no conseguimos recuperar lo que intentábamos salvar y debemos asumirlo. estas caidas nos terminan enseñando. Aunque dejen cicatrices.
    Besos.

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