Apenas
es de día y las primeras luces se hacen hueco entre las dunas coloreando la
arena de diferentes y sorprendentes tonos. El único sonido que domina es el
silencio acompañado de fondo por el eterno cantar de las olas, que a cada paso
que damos se va haciendo más y más intenso hasta dominar con sus voces
toda la playa. Hacia un lado y hacia el otro nadie, detrás el Faro que aún de
día sigue en su eterna vigilia y al frente, una infinita caricia de agua que a
esta temprana hora refleja el dorado de las primeras luces. La mente vacía de
casi todo para poder dejar sitio a tanta belleza que le llega y el corazón,
acompasado con el ritmo de las olas, sereno y tranquilo respirando la vida.
El tiempo, que es inmune a tanta belleza, sigue su curso ajeno
al mío que aun está detenido en ese lejano horizonte que casi sin darme
cuenta se ha ido haciendo cada vez más nítido y más definido, pero la orilla repleta ahora de pequeñas rocas que se han ido asomando con la bajada de la
marea, se va haciendo cada vez más lejana indicándome, ahora sí, el paso del tiempo. Y
regreso al tiempo del nuevo día, a la arena, a la playa, y mirando una vez más
ese inmenso mar, nos volvemos de nuevo hacía las dunas.
Se respira una quietud y una calma increíbles...
ResponderEliminarBesos y salud
Así era, Genín,....quietud y calma.
EliminarBesitos y salud.
¡ Que bellezas ! Besos.
ResponderEliminarVerdad que si, Teresa.
EliminarBesos.
Las huellas que dejamos pueden tapar las que han dejado otros, pero el amanecer es intocable e irrepetible, gracias por demostrarlo!
ResponderEliminarBesos!
Es un momento especial, Leovi.
EliminarUn beso.