sábado, 16 de octubre de 2010

Todas las palabras guardadas


Todo se encontraba allí, todo, desde el inicio, desde esa época en la que ellos dos eran  fantasmas en su propia casa, almas ausentes que vivían bajo el mismo techo compartiendo una hipoteca y amando a unos mismos hijos.


Todavía tiembla al recordar lo que sintió al descubrir aquellos discos donde él guardaba  su otra vida. Todos los correos que a lo largo de aquellos terribles años él mantuvo con la otra mujer que también había ocupado su vida. Cientos, miles de correos que encerraban toda la verdad de aquellos años y todas las  mentiras.

Pasó horas leyendo. Eternas e interminables horas. Horas de dolor y pesadilla. Horas en las que solo existía para leerlos. Ni siquiera ahora podría recordar cuantos días estuvo así. A veces tenía que parar porque las palabras que leía se perdían entre sus lágrimas y no era capaz de verlas. Pensó en dejarlo, en no atormentarse de aquella manera, pero no podía, aquellas palabras tiraban de ella como un gran remolino.

Apenas lo que él le había contado de todo lo ocurrido en esos años, lo que después de muchas preguntas suyas le había admitido cuando todo se destapó, se acercaba a lo que en ellos leía. Descubrió cosas que ya sabía y otras muchas que ni pensaba; descubrió en ellos a una persona a quién no era capaz de reconocer como el hombre a quién había amado y al que aún amaba. Era como si leyera la vida de otro hombre.

Al principio, y tal como él le había contado -al menos en eso le dijo la verdad-, fue un refugio al vacío de su vida, de sus vidas, un universo paralelo en el que él se evadía de aquella realidad diaria que a los dos les asfixiaba.
En aquellos correos encontró lo único que entonces tenían:  los eternos silencios de tardes de sofá, las miradas perdidas, las ausencias infinitas, las horas interminables de ordenador, las salidas obligadas con los niños, las comidas interminables con la familia, el acostarse a distintas horas para no encontrarse, la rabia contenida y sobre todo el dolor. Todo estaba allí guardado.

También allí se abrigaba la que comenzaba a ser la nueva vida de él, la que ellos ya no compartían. Las palabras ingenuas y las importantes, las alegres y las tristes, las ganas y las desganas, los anhelos y las aspiraciones, las ilusiones y las desilusiones, las esperanzas compartidas; en definitiva, todas las que hacen una vida junta y que ya no era con ella. Incluso allí estaban guardadas las palabras de cunetas -como ella  llamaba a aquellas mujeres de noches de viaje de trabajo-, que no fueron ni una ni dos -como ella creía-, ni siquiera tres. Todo estaba encerrado en aquellas palabras.

Según leía, esas palabras se convertían en algo mas profundo y mas intenso, con mas dudas y preguntas de a donde iban, con pasos adelante y pasos atrás que siempre volvían. Palabras que iban creando una nueva historia que la dejaba fuera y, que según avanzaba, se centraba cada vez más en esa otra mujer a quien todavía ella no era capaz de nombrar por su nombre y a quien ahora se dirigian los te quiero que antes fueron suyos y, la que suscitaba en él todo el deseo que ella misma anhelaba encerrada en su torre de cristal.

Mientras leía podía entender y aceptar la pérdida de amor de él hacía ella, incluso ella misma se reconocía  que su amor por él en esos años se había ido congelado junto con ella, pero no conseguía comprender como él podía haber llevado, con esa aparente sangre fría, esa doble vida.
Y, cuando lo que contaban aquellas palabras eran cosas de su propia vida, de sus hijos, de ellos dos, de lo que él pensaba de sus sentimientos, cuando tocaban su propia isla, entonces desaparecía  el desgarro y el dolor de su corazón  y se sentía violentamente violada en lo más hondo de su intimidad. Y, entonces -y solo entonces-, ese sentimiento le hacía olvidar que ahora era ella la que al leerlas violaba  la suya.




(imagen: definicionabc.com)

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