sábado, 9 de octubre de 2010

El inicio de Una historia no contada


Aquella mañana se levantó muy temprano y, antes de que saliera el sol, se dirigió a la playa. En la orilla, aún le temblaba en las manos aquella escueta y tajante carta: "Olvida. Olvidemos", decía. Había leído aquellas dos palabras mil veces; no podía pensar entonces que aquel trozo de papel, arrugado, doblado y guardado siempre con amor y duda, hubiera sido en algún otro momento una página blanca tersa e inmaculada, recién abierta de su correo con un temblor y un escalofrío. La leyó una vez más antes de depositarla suavemente en el mar y, con paso decidido, sin querer mirar atrás, se dirigió de nuevo a su casa, se sentó en su pequeña mesa, bajo la ventana, y contestó su despedida:



"Cariño,

comprendo perfectamente que te vayas; te juro que es cierto aunque ello me desgarre el corazón; lo entiendo. Ojalá hubieras podido encontrar una forma de estar, pero entiendo y acepto tu decisión. Sé que esta decisión que has tomado ha sido muy difícil para ti, pero es la que has tomado y la respeto y la respetaré siempre. Sabes de sobra que soy impulsiva y anárquica en este aspecto, que pocas veces consigo respetar los silencios o las reglas cuando mi corazón chilla otra cosa; sé que es lo que quieres y necesitas y eso me ha hecho, me hace y me hará, contener mis deseos e impulsos. Solo quiero que sepas que siempre estaré aquí, que, aunque no vuelvas nunca, siempre estaré aquí, que aunque la vida no nos vuelva a unir, siempre estaré aquí, que pase lo que pase, siempre estaré aquí. Y siempre estaré aquí... para ti, para quererte como te quiero y para lo que tú quieras, como quieras y cuando quieras. Como si es nunca. Siempre estaré. Aprenderé a vivir de esta manera que es la que tú quieres, pero no por ello dejarás de vivir en mi. Porque al igual que respiro sin tener control sobre ello, mi vida es y estará por siempre unida a la tuya. Al igual que existo, te pienso. Al igual que mi corazón late, te siento. Al igual que mi sangre circula por mis venas, eres ya parte de mi y nunca dejarás de serlo. Esto es así, quieras o no quieras tú y quiera o no quiera yo.

Creo que, aunque quizás no haya sido en el momento que tocaba, que aunque mi decisión alterara el tiempo establecido por la vida, antes o después nos hubiéramos encontrado, porque es algo que seguro que está escrito en las estrellas. Tiene que ser así. No concibo ahora que hubiéramos andado nuestras vidas sin llegar a ese encuentro. De hecho, sin conocerte ya eras parte de mi vida, y te presentía, y te echaba de menos. Y ya te quería.

Una vez me dijiste que nos veías a las dos como ríos que discurrían paralelos. Ahora creo, que somos ríos largos y caudalosos. Poderosos. Con cauces rectos y apacibles a veces, o tortuosos y tumultuosos, o cercanos, tocándose y fundiéndose en uno solo, o separados por continentes.

Yo seguiré ahora mi cauce sola de tí, con él, con el hombre que siempre amé; sin ti, es lo que toca. Lo que la vida ha dispuesto. Lo que tú has decidido. Nada podrá evitar ya que avance. Nada ni nadie, ni diques ni presas, me detendrán. Este río llegará al mar. A ese mar maravilloso que tanto poder tiene sobre mí. Ese mar que siempre ha marcado mi vida. Ese mar que siempre formará parte de mi ser. Y en el que moriré.

Ojalá nuestros cauces, en algún momento, cuando tenga que ser, se vuelvan a unir y discurran juntos hacia ese mar. Si me preguntaras te diría que creo profundamente que será así, que lo creo y lo quiero; que creo que habrá un momento, no sé si cercano o lejano --ahora es lo de menos--, en el que nuestros cauces se unirán y formarán un mismo delta que llegará al mar. Lo creo y lo quiero.

Avanzo, cariño, con esta esperanza; es una de las cosas que me impulsan a seguir hacia adelante, que me ayudan hoy por hoy a querer avanzar, que me empujan para llegar a tiempo a ese punto exacto del destino en que nos volvamos a encontrar. Y si no lo consigo, si la vida no te vuelve a unir a mi vida, a nuestra vida, si tu destino es otro o si tú no lo quieres, al menos lo habré intentado.

Te quiero, desde siempre, aún antes de saberlo y de sentirlo, y te quiero para siempre".




Sin volver a leer lo que había escrito, dobló cuidadosamente la carta dos, tres y hasta cuatro veces; la colocó en un cuenco y, en el alfeizar de la venta, la quemó dejando que el viento le llevara sus palabras.

Volvió a su mesa, y en aquel pequeño y escogido cuaderno, comenzó a dejar todos sus momentos, recuerdos y pensamientos, todo lo vivido en su historia no contada hasta entonces, en su vida con ella,  para no olvidarla,  para vivir sabiendo que quizás algún día lejano, muy lejano, cuando alguna vez dudara que esa historia existió y que tanto amor fue cierto, esas mismas palabras la traerían de nuevo a la vida, a su vida de tres que solo ellos entendían.

(imagen: la mujer en el interior. de, V. Hammershoi)

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