Por un instante -infinito y finito instante- saboreo este momento que atrapado entre nubes parece fuera del tiempo -agua y cielo, blancos y azules-, mientras el río Duero se sumerge en Las Aceñas que, desde el antiguo medievo, resisten majestuosas, el embate del agua y del tiempo.
Aguas azules fundidas con las nubes, remolinos de plata que encierran la fuerza innata del río. Agua de vida que, tras recorrer su interior, las ruedas elevan, y en su caída salvaje muelen el trigo, convirtiendo el grano en la apreciada harina, sustento de la vida.
Y cierro los ojos y respiro ese instante que me lleva en volandas al mismo centro del tiempo. Y me hago ritmo latiendo en su seno y me hago bruma fundida en su reflejo. Y al abrir los ojos y volver a este tiempo, compruebo, con alegría, que aún es posible percibir el aroma del secreto del tiempo.
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